Si alguna vez se decidiera elevar alguna otra actividad humana a la categoría de arte tendría que ser sin dudas el diseño, pues aunque todo buen diseñador tiene en sus venas un filamento de artista, y cada buen artista debe y tendría que ser un buen diseñador, el salto de categoría haría más reconocida y respetada la labor de quienes ¨acomodan¨ nuestra vista a la belleza.
Cuba ha quedado durante muchos años marcada por disímiles situaciones, la mayor parte de ellas pertenecientes al ámbito de la política, pues su construcción histórica como nación así lo ha demostrado, sin embargo, en el ámbito del diseño, que no ha estado desligado de todos estos eventos, se han marcado puntos muy precisos de esplendor o ausencia total, otra de las características que quizás lo asocien con la historia del arte, su movimiento pendular a través del tiempo.
En los años que vivimos, es, por fortuna, habitual, encontrarlo más a menudo y hasta necesitarlo, pues los medios y vías de información se han diversificado y lograr su objetivo comunicacional es imperante. La gestión del diseño ocupa en nuestra cotidianidad un espacio cada vez mayor, y seguirá haciéndolo, por lo que reconocer a quienes hacen de esta labor algo meritorio y digno es tan importante como su propia existencia.
Rafael Morante, nacido en la España de 1931, pero nacionalizado cubano hasta hoy desde muy joven, ha sido el distinguido.
Cuando se ha trabajado tanto, durante tantos años con dedicación, honestidad y amor, intentando continuamente superarse, sin esperar otra recompensa que la seguridad de haber cumplido al máximo las propias expectativas, llega un momento que uno puede preguntarse, ¿Qué pasa con el premio, dónde está?, con la seguridad de que éste solo representa un reconocimiento a esa labor a veces incomprendida y refutada con criterios de funcionarios, las más de las veces impreparados, desconocedores de la más elemental historia de la cultura, no diseñadores, que solo responden al criterio nada científico de “me gusta”, “no me gusta”. Por eso, cuando el premio llega, uno se dice sorprendido: ¡Ya era hora![1]
Aunque sorprendido él, las personas que conocen su trabajo saben bien que tarde llega este reconocimiento a quién ha sido parte protagonista de tanta cultura visual cubana.
Tomando solo como referencia los más de 400 carteles que han nacido de su ingenio, el trabajo de Rafael Morante ha estado caracterizado por un refinado gusto por la síntesis (no podría ser de otra manera) y la máxima atención a la necesidad de información. Así, filmes de los más prestigiosos realizadores de la isla e internacionales, han contado, muchas veces sin llegar a saberlo, con el complemento publicitario perfecto de su cinta, última conquista al espectador dudoso, que gracias a la maestría de este diseñador cubano, encuentra una nueva justificación para disfrutar un filme. Es el caso de El acorazado Potemkin, de Serguei Eisenstein, cartel que pudiera enarbolarse como primera muestra de constructivismo gráfico en nuestro país.
Es Morante más que un diseñador un intelectual, pues como tal, no reduce su campo de acción al diseño, sino que se mueve con soltura en la literatura y la música, pues como alguna vez diría: ¨un diseñador no tiene que saberlo todo, pero si, saber de todo¨.
La obra gráfica de Rafael Morante, avanza por varios derroteros, dejando a su paso huellas de innegable valor histórico. Alona y Los Otros, sus hijos de historietas, El ruiseñor del emperador y las Leyendas españolas, imágenes que forman parte de su imaginario creado.
El trabajo de Rafael Morante, cuenta con una de las condiciones que más anhelan quienes del arte aspiran a vivir, y es contar con sello de distinción, que los separe o reconozca dentro de la multitud creadora.
Esta condición, lo hace entonces merecedor no solo de premios y reconocimientos, sino de la potestad de la opinión autorizada, la maestría y la guía, a los que aspiran a poseer algo de lo que él ha logrado.
Es por eso que cuando se le pregunta sobre la situación actual del diseño cubano, no pierde tiempo ni duda en ofrecer sus criterios, aún cuando sabe que no a todos nos gusta escuchar verdades que están allí, donde unos las ven, pero nadie quiere reconocerlas.
Salvo honrosas excepciones, como algunos trabajos de jóvenes independientes, se puede decir que el diseño cubano está desfasado. Es cierto que tuvimos nuestro momento, digamos “de gloria”, pero eso quedó atrás y no podemos seguir creyendo que un día descubrimos el “diseño definitivo”, si es que eso existiera. En este momento nuestro diseño resulta antiguo, poco ingenioso y nada atractivo, porque en los organismos que deberían estar siempre y por lógica en la vanguardia de esta disciplina, los periódicos, las revistas y sobre todo, la TV, las personas que se ocupan del diseño no son profesionales que se superen continuamente, como debe ser en este mundo, sino que se trata de meros aficionados que más o menos se desenvuelven con algún que otro programa de computación que hace que todos los “diseños” sean casi iguales. De este modo, algunas de las principales funciones que debe cumplir el diseño, enseñar, comunicar y educar, no se cumplen.
Y para hablar de futuro, sin llegar a premoniciones baratas, pero si con un conocimiento cabal de nuestra situación actual, el merecedor del Premio Nacional de Diseño en Cuba del año 2015, que contará con una muestra como parte de la Primera Bienal de Diseño de La Habana 2016, está convencido de lo que debemos hacer y a toda costa evitar:
Resulta imprescindible que los especialistas encargados del desarrollo de la información, estén cada vez mejor informados, para que su actuación responda a un conocimiento profundo y continuamente enriquecido de lo que ocurre en el mundo y que la respuesta a las urgencias espirituales del público se correspondan con las verdaderas necesidades, de modo que se establezca la relación, cada vez más próspera y estrecha entre ambos. Cuanto antes dejemos de estar influidos por caprichos, mitos o leyendas, más ganancias, más rápidamente, obtendremos todos.
[1]Todas las citas de este artículo son tomadas de la Entrevista concedida por Rafael Morante a la periodista Ibet García Álvarez