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Los susurros de Iroko

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“Escuché entonces distantes
rumores: mocha, sijú:
la ceiba me dijo tú
en hojas volando errantes.
Hizo el rocío diamantes;
un ritmo a bolero, a son,
un gusto a caña y a anón
me dio hambre, me dio sed
y tuve gracia y merced,
y hasta nuevo corazón”.

Carilda Oliver Labra; La ceiba me dijo tú

La ceiba les dijo tú y con sabias palabras marcó el inicio de tres viajes introspectivos para entender una misma realidad, atravesada por complejos y atrevidos temas como la racialidad, la insularidad y la pertenencia a la religión como una arista más de la construcción de lo que somos; o mejor, el cuestionamiento de si realmente existe algo que nos vuelva idóneos para profesar algún tipo de fe. Sobre esta cuerda se monta la expo homónima de los versos de la afamada poetisa matancera Carilda Oliver Labra,[1] La ceiba me dijo tú,[2] sita en Factoría Habana desde el 3 de noviembre de 2017 hasta el 28 de febrero de 2018.

Bajo una misma idea curatorial, marcada por cuatro tópicos fundamentales (identidad, religión, raza y cultura), se aúnan tres muestras diversas: Fragmentos de memoria, de la autoría de Carlos Martiel (primer piso); Black gardens, de Elio Rodríguez (segundo); y Enigma espiritual, de Belkis Ayón (tercero). Ciertamente, fue un proyecto muy ambicioso, del tipo de quimeras solo alcanzadas por la excelentísima curadora de este espacio expositivo, Concha Fontenla, quien supo aunar tres poéticas diferentes, tres manifestaciones diversas y tres artistas más que versátiles, excepcionales, las cuales vuelven a ganar visibilidad en la dinámica artística contemporánea; los dos primeros como miembros de la diáspora y Belkis, como fiel guardiana de nuestro quehacer, siempre sabia e inmortal. Tal es el alcance de esta tríada que la expo ha suscitado un laboratorio de ideas, en el cual desde disciplinas como la biología, la teología, la literatura y la historia se discursa alrededor de la obra de estos artistas y los tópicos que se desgarran de ellas. Son obras que toman autonomía y, sin necesidad de ser presentadas por sus autores, danzan en torno a la ceiba.

Premier étage: Antropología del cuerpo o mis huellas como llamados de atención ante el desastre

Mientras las memorias antológicas de Carlos Martiel (La Habana, 1989) reposan sobre las paredes de la galería y su cuerpo desnudo yace en el suelo sobre una cámara de carro, nos parece escucharlo y es entonces que logramos leer entre líneas uno de sus tantos posibles discursos:

No es la ceiba, no soy yo, mi religiosidad permanece intacta, pero tantas fuerzas me impiden continuar. La oscura fragilidad de mi cuerpo me muestra a mí y a los otros cuán finito soy; sin embargo, es la única manera existente de llamarlos a conciencia, solo viendo mi autoflagelación y desvelamiento son capaces de reconocer en mí sus demonios y quizás actuar. Nuestra existencia sociocultural nos ha hecho ataviar con ropas caras y maquillajes ridículos el canibalismo que nos carcome, basta una situación extrema para que se desate el animal que llevamos dentro, y ¿entonces qué?

Es en ese momento que su formación lo delata, pues la herencia de Marina Abramović, Ana Mendieta y el influjo de la Cátedra Arte de Conducta bajo la tutoría de la vanguardista Tania Bruguera aún es perceptible en su obra performática. Su discurso nace desde el cuerpo y se plasma sobre él, o sea, la carne deviene soporte de la obra de arte pero a su vez obra de arte per se. El cuerpo comienza siendo una herramienta para sugerir significados, pero durante el proceso creativo toma autonomía y construye un universo de sentidos polisémicos interconectados que acaban trascendiendo al artista.

Sin embargo, en la obra de Martiel, el reconocimiento del cuerpo pasa por filtros como la raza y los estigmas que esta carga, a partir de su construcción propia como descendiente de inmigrantes haitianos y jamaicanos. Se autoflagela en la búsqueda del entendimiento de su historia patria y para simbolizar, con la sangre emanada de su cuerpo, el dolor interno, ese que aun cuando no lo vemos exige con gritos mudos munchianos transformaciones de carácter social, económico y político. Lo escatológico deviene una constante en sus performances, pues ya sea sangre de inmigrantes, petróleo o sustancias que brotan de su propio cuerpo desnudo, el artista realiza llamados de atención mediante aquello que resulta escalofriante, desagradable e incluso morboso.

La violencia ejercida sobre sí mismo funciona como un recurso para descolonizar nuestras mentes y llamarnos a capítulo, quizás si todos ponemos de nuestra parte, logremos en algún punto sociedades mejores, donde no prime la opresión del desvalido, reinen los valores ético-morales, la libertad sea menos utópica y el consumo no rija nuestra cotidianeidad. Performatizar la vida puede ser una manera de proponer el cambio…

Deuxième étage: Black gardens o Hasta cuando el falocentrismo…

Elio Rodríguez (La Habana, 1966), por su parte, funciona como un nexo perfecto entre la obra de Martiel y Belkis, ya que el basamento en la identidad racial lo une a Carlos, en tanto el cuestionamiento del «macho» lo entrecruza con la obra de la Ayón, pues esta última reflexiona en torno a la connotación especial del honor, el cual es asociado a la hombría al interior de las sociedades abakuá. Pintor de formación, pero a su vez un maestro de la escultura, Elio brinda poesía a lo fálico, al fusionarla con la naturaleza, poseyendo un trasfondo conceptual de crítica a los estereotipos vinculados a la raza negra y la sobredimensión del miembro genital masculino.

Tras degustar sus blandas e inmensas piezas, es posible poner en duda la existencia de machos alfas, betas o gammas, ya que lejos de esbozar la apariencia erecta del órgano, con una lectura vinculada al falocentrismo, nos presenta miembros dúctiles, capaces de plegarse a la naturaleza y hallar cabida en sus tupidos espacios.

Igualmente, las esculturas comparten la segunda planta de Factoría con una inmensa y colgante estructura inflable y con cuadros en carboncillo que fungen como una suerte de bocetos y permiten comparar la idea bidimensional con su concreción matérica y tridimensional. La obra de Elio Rodríguez posee una alta dosis de humor; sector privilegiado para ejercer criterios incisivos mediante sus piezas, no solo cuestiona clichés e instituidas relaciones de poder desde su masculinidad, sino que pone de relieve con discursos abiertos su adaptación de pensamiento y obra a un nuevo contexto, en el cual no hay cabida para parcelas como el machismo, el feminismo y donde todo género ha de volverse borroso.

Troisième étage: Belkis nos reinventa desde las alturas, nos observa junto a sus personajes y nos enseña a ver, más allá de lo blanco y lo negro, la existencia de matices

¡Oh, Belkis! ¡Cuánta grandeza fue apagada por el beso silencioso de la muerte! ¡Cuántos mitos y Sikanes partieron en tu barca! Lo cierto es que ahora ronda la incertidumbre paradójica de cuán viva se mantienen tus ideas aun cuando físicamente ya no nos acompañas.

A casi 20 años de la desaparición física de Belkis Ayón (La Habana, 1967-1999), su obra sigue vigente en términos técnicos y, desde el punto de vista conceptual, exponen una serie de tópicos asociados a nuestra cotidianeidad. Ahora bien, la pregunta sería, ¿la artista tuvo visión de su futuro próximo, la sociedad sigue inamovible en cuanto a sus anquilosada y prejuiciosa manera de enfrentar el presente o, quizás, hay un poco de ambos determinando el asunto?

La obra de este artífice de la gráfica en la Isla marca hasta hoy pautas importantes, en tanto arrojó luces sobre las generaciones que tuvieron el privilegio de ser sus alumnos en las escuelas de arte (San Alejandro y el ISA) y, además, al tocar de manera vanguardista y transgresora un tema tan tabú dentro de la sociedad cubana como la práctica abakuá. En sus piezas se aprecia el cuestionamiento del papel de la mujer dentro del pensamiento ñáñigo, a partir de una investigación responsable, amparada en el testimonio de practicantes de avanzada edad y en libros decisivos para el estudio de este tema, como El Monte de Lydia Cabrera.

Esta expo, así como los innumerables esfuerzos de su hermana por visibilizar su grandeza, hace honor a su trabajo, brindándole el reconocimiento que no alcanzara en su momento por la crítica de la época, la cual la consideraba «folklórica». Términos peyorativos como el anterior solo denotan la existencia de incomprensión respecto a su trabajo y la falta de herramientas teóricas para acercarse a una obra de tan excelsa hondura conceptual, poblada de códigos y metáforas que nadan como el pez Tanzé, rigen como el leopardo, son sacrificadas como la Sikán y retumban ocultas como el Ekue…

Et finalement: Iroko avait déjà choisi… (Y finalmente, ya la ceiba había escogido…)

La ceiba me dijo tú entre suspiros, angustiada ante la inminencia de una Isla que de no hallar la manera de reconstruir su etnos está en peligro de hundirse. No me pidió respuestas, más bien obvió ese estúpido proceder ortodoxo y me rogó por preguntas, ya que estas pueden cuestionar verdades prestablecidas, deconstruir teoremas y enarbolar polisémicos discursos. Iroko, la casa de los orishas, el árbol ancestral y sagrado que marca la fundación de la villa San Cristóbal de La Habana, solía ser la dueña de la respuestas; sin embargo ahora, escéptica y perpleja, anda cual mortal cualquiera reinventándose a cada minuto para entender el cambio de contexto.

[1] La ceiba me dijo tú: Poemario de Carilda Oliver Labra que comprende versos dados a luz en la década de 1970.

[2] Auspiciada por la Embajada de Noruega y la Oficina del Historiador de la Ciudad (OHC).


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