“Yo creo que el arte está mudando su cacareado misterio por un sentido común de decoración hecha con pensamiento, simbolizar es disminuir-hacerse leve”.
Dan Flavin
David Hammons (Springfield, 1943) ha sido una especie de Kamikaze del arte contemporáneo, un conceptualista vandálico, un rebelde que se posiciona a sí mismo en algún lugar entre Bruce Nauman y el Outsider Art.
Los artistas más reconocidos que figuran en la lista de Art Now, son aquellos que han logrado sostener sus carreras no solo con creatividad, sino también con capacidad de negociación y habilidades de marketing. Reacio a aparecer en sus propias exhibiciones, David Hammons ha guardado ferozmente su condición de forastero cultural. Su posición, respecto a la esfera social y comercial del mundo del arte contemporáneo, se ha convertido en una especie de performance en sí misma: apenas otorga entrevistas y no existen catálogos disponibles en las librerías de los grandes museos sobre su obra. Su impronta, además, se deja ver en la obra de algunos de los más relevantes artistas que emergieron posterior a los años noventa, dentro de los que se pudiera mencionar a Gabriel Orozco, Roman Ondak, Francis Alÿs o Abraham Cruzvillegas. David Hammons sigue siendo un artista de culto, una de las figuras vivas más relevantes e influyentes en el mundo del arte contemporáneo norteamericano.
Su quehacer se ha caracterizado por incorporar desechos altamente cargados de contenido procedentes de la vida urbana afroamericana: cabello recogido en el piso de las barberías de Harlem, ropa usada y huesos de pollo. A partir de estos elementos ha creado una obra que incorpora el uso de los materiales a nivel físico y simbólico, utilizando juegos de palabras, jerga callejera afroamericana, humor, canciones de blues y de jazz.
Tiene a su haber instalaciones en espacios públicos como Higher Goals (1983, 1986), un grupo de altísimos aros de baloncesto decorados con tapas metálicas de botellas dobladas para parecer conchas de cowrie; o acciones históricas como Bliz-aard Ball Sale (1983), en la que vendió bolas de nieve de diferentes tamaños en una acera de la ciudad de Nueva York. En 1982 se hizo cargo de una valla publicitaria electrónica en Times Square para presentar mensajes crípticos al público (“Harlem ¿puedes soportar tanta belleza?”). En Shoe tree (1981) orinó sobre una escultura de acero gigante de Richard Serra y también arrojó zapatillas sobre la parte superior de la obra, haciéndose eco de la misma forma en que los zapatos cuelgan de los cables sobre la calle en los barrios marginales. Estos trabajos son al mismo tiempo un comentario agudamente crítico sobre los clichés de crecer afroamericano en los Estados Unidos, o sobre la aspiración casi imposible de convertirse en un héroe deportivo, o la discusión sobre el papel del artista y el valor del arte.
La extraña aparición de David Hammons en La Habana dejó sorprendidos a muchos y generó cierto escepticismo. Supimos de su visita por Aylet Ojeda, curadora del evento, quien nos dejó saber que, en vez de realizar una exhibición de corte antológico para el Museo Nacional de Bellas Artes, la cosa sería en el Parque Trillo (Centro Habana). Esta fue la locación elegida para emplazar C-sharp (2018): un filamento de nailon a la altura de los cables eléctricos, que atravesaba de esquina a esquina el parque para luego coger en dirección a la avenida Zanja. El artista prefirió apostar por un proceso de trabajo que prioriza la calle como terreno de juego, al tiempo que dialoga poéticamente con ella. A nuestro juicio, la elección de este sitio puede significar tomar en cuenta no solo las características físicas y socioculturales del lugar, sino un juego con las expectativas de la audiencia.
C-sharp fue una declaración de principios que detonaba una ironía demoledora para el contexto del arte contemporáneo en la Isla. El artista estaba jugando en este caso con la idea de decepción al instalar un cable casi imperceptible, obligando al espectador a que agudizara su mirada para descubrir algo. La forma de intervenir el espacio se convertía casi en un ejercicio de meditación. Todos fuimos al parque a la hora señalada llenos de expectativas, esperando que por fin apareciera la obra, eso que no muchos pudimos ver.
Llópiz: Días después, al pasar por el Parque Trillo sabiendo ya de la existencia de la obra, pude verla fácilmente. Siguiendo la línea que desaparecía y aparecía intermitentemente por el resplandor, vi una mariposa. Desde cierto ángulo el hilo desaparecía, la mariposa no. Como si la obra no estuviera ahí, había que fijarse bien.