El tiempo y la memoria constituyen dos de los tópicos más abordados por José Manuel Fors a lo largo de su extensa y fructífera carrera. La manipulación, acumulación y almacenaje de objetos extraídos de la naturaleza o producidos por el ser humano (cartas, postales, herramientas, caracoles, fotografías, muebles), las formas en que el uso diario modifica a dichos objetos y la dimensión emocional que ellos adquieren (por cuanto los asociamos a pasajes, sentimientos o individuos significativos para nuestras vidas) han estado presentes en diversas series expuestas por este reconocido fotógrafo, escultor e instalacionista desde los años ochenta hasta la actualidad.
Palimpsesto, muestra personal que hasta el 19 de febrero próximo acogerá una de las salas transitorias del Edificio de Arte Cubano, Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA), entronca de forma coherente con el discurso defendido por Fors en series tan conocidas como Tierra rara (desarrollada a partir de 1988), Retratos de familia (1999), Cartas (2006), Lentes (2006) y Atados de memoria (2010). Al mismo tiempo, marca un punto de giro en su producción, pues en esta ocasión el artista se ha concentrado en el libro como objeto propenso a la resignificación simbólica.
La estrecha relación entre literatura y arte presentes en la muestra, curada por la experimentada Corina Matamoros con asistencia de Laura Arañó, parte del propio título. En materia literaria se conoce como palimpsesto al manuscrito que, bajo el texto mostrado, conserva huellas de una escritura preexistente, borrada ex profeso para reutilizar el soporte. Dicho concepto ha sido aplicado al arte rupestre, específicamente a los conglomerados de pinturas zoomórficas y antropomórficas dispuestas unas sobre otras en las rocosas paredes de cuevas y farallones. Por consiguiente, la idea de la superposición, de signos e imágenes sedimentados en capas que reúnen segmentos temporales en un solo lugar, se erige como leitmotiv principal de la propuesta.
Sin embargo, Fors ha dejado a un lado sus embalajes de cartas y de fotografías, sus acumulaciones y collages de instantáneas organizadas en enormes círculos que semejan esferas de oscuros relojes para explorar las posibilidades expresivas y estéticas del libro en cuanto reservorio de conocimiento y belleza. Ya sea mediante resmas de papel o bordes frontales de libros transformados en pilastras adosadas a los muros de la sala (véanse la obra Las columnas, 2017), fragmentos de lomos aprisionados por diminutas prensas de metal (Las prensas, 2016) o cientos de hojas impresas, fotografías, manuscritos y piezas de cartón dispuestas una a una y entremezcladas en un corpus único que sorprende e intimida por su horizontal monumentalidad (Palimpsesto, 2017), el peso de la palabra, del conocimiento acumulado mediante el libro como soporte y reservorio acapara inmediatamente la atención de los espectadores. Estos, no lo dudo, en más de una ocasión reprimirán el impulso de averiguar qué puede leerse en este o aquel pliego, se preguntarán a qué tratado pertenecían los bordes de libros transformados en estas columnas-símbolos del conocimiento humano o reflexionarán sobre el carácter abstracto de la idea mediante Sedosas pautas intermedias (2017), gran décollage que remite al logos en estado puro, a la palabra intelectiva y reflexiva.
Palimpsesto destaca, en primer término, por el acertado tratamiento curatorial y museográfico que desplegaron sus organizadores. Ideada para celebrar el Premio Nacional de Artes Plásticas entregado al artista en el 2016, la propuesta entremezcla continuidad y renovación, pues explora nociones inherentes a la poética del exponente y, al mismo tiempo, presta atención a nuevos objetos y materiales poco utilizados por él hasta hoy. Asimismo, todas las piezas, concebidas especialmente para la ocasión, se integran de forma coherente al espacio museal sin perturbarse ni contaminarse más allá de lo necesario, si bien articulan juntas un discurso curatorial sutil y dinámico fundamentado en la eficiente relación entre obras y contexto.
En cierta ocasión, el semiólogo y novelista italiano Umberto Eco afirmó que los libros no desaparecerían nunca porque son buenos. Esta idea me acompañó en todo momento mientras recorría Palimpsesto, y gana mayor relevancia en los tiempos que corren, signado por preocupaciones vinculadas al empuje de la literatura digital versus libros escritos y publicados en formatos más tradicionales. Bajo esta óptica, la muestra se nos antojaría arcaica o demodé. Sin embargo, la preservación del conocimiento no es preocupación exclusiva aquí, pues Fors, amén del tributo o el homenaje, también se concentra en la belleza inherente en esos procesos de conservación y transmisión cognitiva, sublimando técnicas y materiales, estetizando soportes y resultados, paladeando las ventajas que aun nos ofrecen los libros de papel.
No obstante, llegará el tiempo en que el artista se interese por los soportes digitales y nos ofrezca nuevas superposiciones signadas por la democratización de la tecnología que actualmente define nuestros estilos de vida. Mientras esperamos esos nuevos palimpsestos, José Manuel Fors nos deleita con estas páginas entretejidas, con estas columnas adosadas, con estas prensas minúsculas que preservan, para nosotros, parte de la sabiduría desplegada por el ser humano a lo largo de la historia.