Nelson Herrera Ysla, en su libro del año 2014, Ni a favor ni en contra…Todo lo contrario, sentenció en su texto inicial: “…eso es este libro tranquilo, nada provocador, que no está ni a favor ni en contra del arte, ni de los artistas, ni de las instituciones, ni de las culturas ni de los países, pues nada me parece tan falso como estar a favor o en contra. He creído siempre que lo interesante es develar orígenes, causas, efectos, descubrir determinadas razones detrás de la creación, establecer las debidas relaciones con los contextos, ubicar problemas y problemáticas dentro de un sistema específico, fuese local o global, y que otros puedan asumir libremente, transformar, rechazar…”[1]. Y refiero esta cita porque fue ello una de las primeras ideas que me vino a la cabeza cuando me enfrenté a Atalaya, exposición colectiva inaugurada el pasado 15 de diciembre de 2017 en la Galería-Taller Gorría (GTG), bajo la curaduría de Sandra Sosa y la colaboración de El Apartamento. Es esta una muestra que recoge obras de 33 artistas cubanos, expuestas tanto en el interior como en el exterior del espacio galerístico.
En la nómina de artistas se encuentran Yunior Acosta, Alina Águila, Juan Carlos Alom, Lester Álvarez, Yaima Carrazana, Raúl Cordero, Arlés del Río, Leandro Feal, Diana Fonseca, Carlos Garaicoa, Flavio Garciandía, Osvaldo González, Orestes Hernández, jorge & larry, Reynier Leyva Novo, Luis E. López-Chávez, Miguel A. Machado, Yornel Martínez, Adrián Melis, Levi Orta, Víctor Piverno, Eduardo Ponjuán, Wilfredo Prieto, Adislen Reyes, Linet Sánchez, Ezequiel O. Suárez e Irving Vera; en conjunto con Luis Casas (aka myl), Mauro Coca, Fabián López 2+2=5?, Carla Peláez vuelco, Alejandro Seorek, y Leandro T. Villanueva sam 33, street artists que asumieron la tarea de transformar y avivar los muros externos del taller con grafitis que revitalizan la zona conflictual en la que está insertada la galería en La Habana Vieja.
Atalaya parece erigirse como una suerte de laboratorio por el que caminas y encuentras de todo. ¿Realidad o ficción? ¿Apariencia o esencia? ¿Escamoteo o revelación? ¿Abstracción o figuración? La respuesta está en el vaivén de los que miran, husmean y, por ende, encuentran algo.
Las piezas, ricas en discurso, composición, técnicas y formatos, flirtean entre los artístico y lo utilitario, entre el simulacro y la veracidad, entre lo sublime y lo ridículo, lo sensible y lo increíble. Ellas no afirman ni desmienten, no están ni a favor ni en contra. Al parecer –a mi parecer– están ahí para provocar, para despertar sentidos y sensaciones, cual terapia situacional en donde lo aparente y los superfluo varían, transmutan o evolucionan según el concepto de aquellos que las observan.
Y es que diversa es Atalaya en ese muestrario de propuestas del que goza. La pintura está a la cabeza de las manifestaciones recogidas con una representación de 9 artistas. Pero hablo de pintura pensando en una expansión del término: desde la técnica más tradicional y preciosista hasta un abstraccionismo pictórico de sumo vanguardismo o la alusión, a su vez, de la historieta desde la pintura. Siendo así, Lester Álvarez con su Autorretrato entre dos grandes puertas azules (2011), nos hace recordar las icónicas obras de los impresionistas y su ánimo por reflejar los efectos y sensaciones que producen los procesos naturales como la lluvia en el suelo, el agua o la niebla. La mala pintura se pronuncia como algunos exclusivos nombres propios: Winona (2017), del dúo jorge & larry incita a pensar desde dos puntos de vista: uno de corte naif y otro de notable tinte urbano y sarcástico, cuyos colores e impacto tanto de las representaciones como del texto hace que el sujeto se detenga a deconstruir cada detalle que compone la pieza. También está Raúl Cordero, quien va por una línea parecida en su pieza Tropical Painting 1 (God gave us…) (2017), una obra sardónica en concepto disimulada exquisitamente por una cuidada realización.
Adislén Reyes nos continúa envolviendo con sus miniaturas simpáticas de la serie Retroceso (2015), sin dejar de lado cierto tono ácido cuando nos acercamos y repensamos su discurso. Wilfredo Prieto ofrece de manera original y lúdica unas servilletas intervenidas con escasas imágenes satíricas (S/T (Carneros y escultura moderna), Vaca iluminada, y S/T (Carneros amarrados a escultura moderna), todas de 2014), propias de su quehacer característico; mientras que Eduardo Ponjuán nos ofrece con Birches (2017) un paisajismo sintético en representatividad pero diverso en posibles construcciones de pensamiento. Por su parte, Miguel A. Machado vincula la técnica pictórica con cierto aire historietista y notables tintes heredados de la estética pop. Con Chicken Fight (2017) nos entrega una obra impactante visualmente, un tríptico tóxico que arremete en medio del recorrido y detiene al espectador.
Pero también nos topamos con las producciones de Yaima Carrazana y Flavio Garciandía, quienes asumieron otra línea de representación en el discurso pictórico. La primera, ofrece un políptico de 4 lienzos (Carta de declaración No. 3, Certificado de conducta, Multa No. 2 y Multa No. 1, todos de 2016) que remiten, salvando las distancias, a la estética de Kazimir Malévich con sus juegos cromáticos de planos y formas; mientras que Garciandía opta por un abstraccionismo geométrico y expresivo a base de líneas en un políptico de 4 telas igualmente (S/T, 1987).
Del mismo modo, la representación escultórica e instalacionista se hace notar dentro de la muestra, al punto de llegar a romper fronteras terminológicas entre lo que entendemos como escultura en su significado más tradicional y muchas otras acepciones y derivaciones de la misma. Arlés del Río llama la atención con una pieza de la serie Impostura (2017); e Irving Vera ofrece un Otoño (2017) de atractiva visualidad desde el minimalismo al que apela para su representación. Por otra parte, melancólicas y pulcras continúan siendo las maquetas de Linet Sánchez (S/T, 2017), y Alina Águila nos genera cuestionamientos en 9 peldaños (2011), a manera de un ascenso o descenso que rebota en la escalera y provoca una suerte de zona-limbo.
No obstante, la representación escultórica se particulariza en Atalaya con Lagunas (2007-2017), de Osvaldo González, una obra diseminada, casi imperceptiblemente, por todo el espacio galerístico, tal vez con la consciente pretensión de generar el engaño entre la obra y el público, entre la obra y la galería y entre los propios sujetos, para obligarlos a observar, a detenerse a apreciar desde la discreción de su visualidad y su discurso.
El instalacionismo, por su parte, está defendido de la mano y creatividad de Levi Orta con Siniestra despolitización (2016), una construcción lúdica y armónica en colores, concebida a manera de juego de objetos desparramados en el suelo, fragmentados cual espejo craquelado por el impacto. Es esta una obra que avanza en su composición desequilibrada, cuyos diferentes cuerpos geométricos aluden al desorden y al caos anarquista en directo anclaje con su título.
En contraste visual y dimensional están las piezas de Yornel Martínez con Una mosca en un vaso de leche (2014), y Ezequiel O. Suárez con la serie Ladas (joven negro con mentón) (2004-2017). El primero se basa en un instalacionismo cuasi microscópico; mientras que el segundo, desde una postura y composición museográfica tautológica, convierte una de las paredes de la GTG en un mural vidriado. La serie rompe con la cuestión identitaria en cada pieza y ofrece un plano colectivo, de masividad total donde la particularidad no tiene cabida, donde la identidad se disuelve para convertirse, entonces, en un signo de unanimidad.
Pero si me refiero a impacto visual y atractivo composicional en el que la museografía ha jugado un papel fundamental, entonces debo mencionar las obras de Luis Enrique López-Chávez (It´s Useless, 2016) y de Diana Fonseca (Punto de quietud, 2017). It´s Useless establece un juego de sentidos entre lo funcional y lo no funcional, entre lo útil y lo inútil, cuya dimensión de objeto artístico hace que este lumínico sea axiomático en lo que dice, pero a la vez variable según el ángulo desde el que se interprete. Por otro lado está Punto de quietud, una instalación de obligada visualidad que impacta en su composición y montaje. La obra roza con dos realidades al unísono: la resistencia y la agresión. Objetos punzantes, exquisitamente dispuestos, hacen “sangrar” ilusoriamente la pared que agreden; mientras esta resiste pulcra, y los recibe casi como suaves flores colocadas en un jarrón. La dicotomía establecida entre los objetos filosos y la diana que atraviesan, provoca pensar en dualidades humanas y sociales de igual calibre de las que somos partícipes hoy día.
Por otro lado, aunque en menor cuantía, también la fotografía, la video-creación y la gráfica tienen lugar estimado en Atalaya. Carlos Garaicoa, Reynier Leyva Novo y Leandro Feal apuestan por la técnica fotográfica desde diferentes ángulos. Garaicoa hace una transposición del soporte tradicional de la fotografía para ofrecerla en polyspan, cual mutación vanguardista tanto en su concepción como en el proceso de trabajo. Sus foto-topografías (Foto-topografía (Vieja linda) y Foto-topografía (UFO), ambas del 2012) provocan una distorsión visual en lo que entendemos como producción fotográfica, para a su vez despertar sensaciones de extrañamientos e impacto desde la representación figurativa.
En otro sentido, el Chino Novo y Leandro Feal ofrecen un ensayo fotográfico de corte más tradicional en lo que a técnica, composición y representación se refiere. El primero establece una compilación de escenarios naturales y domésticos, de herencia documentalista típica de su carrera (Un día feliz FF No. 4, Un día feliz MT No. 2, Un día feliz MT No. 7, Un día feliz FC II No. 9, Un día feliz FC II No. 5 (2016) y Un día feliz DT No. 3 (2017). Una suerte de tranquilidad emana de estas piezas, en cuyos escenarios exteriores e interiores se devela un sosiego inquietante remarcado por la quietud capturada en las imágenes. El segundo de ellos, compone un registro fotográfico de 12 piezas bajo el título Doce estudios para una femme fatale (2017), a manera de un collage de gran formato en el que el juego exquisito de luces y sombras y el recurso del primer plano atrapa el interés de quien camina por la sala. Un aliento erótico y morboso se desprende de ellas, y la remembranza cae directamente a pensar en la clásica representación cinematográfica de la femme fatale.
En la cuerda de la video-creación, tres son los artistas que la representan: Adrián Melis con Glorias de un futuro olvidado (2016), una proyección simultánea de un material que refleja aquellos primeros experimentos realizados en el campo del cine; Víctor Piverno con Grand Night Shooting (2016), un audiovisual que se nutre más bien de la experimentación con lo sensorial, lo sonoro y lo conceptual; y Juan Carlos Alom, reconocido artista por su trayectoria como fotógrafo, que ha incursionado también en el videoarte, y es con el material Mar de fondo (2017) que integra la lista de esta muestra. Alom hace un registro en movimiento de los momentos en que el huracán Irma azotó el litoral habanero, desde un ángulo escabroso y diferente. Este ha sido un proyecto concebido y realizado de la mano y colaboración de otros artistas que forman parte del proyecto Studio 8.
Por último, pero no menos importante, también nos encontramos en Atalaya con la gráfica, presentada por Yunior Acosta con seis xilografías de diferentes dimensiones y composición asimétrica. Son escenas reflejadas desde un atractivo cromatismo y delicadamente concebidas: Penélope, ¿Puedo caminar sobre el agua?, Afluente de la Aqueronte, Espejismo (2016), Bautizo en el Jordán y La hora de la meditación (2017).
En verdad creo que es esta una exposición libre, provocadora y audaz en su muestrario; pero también iconoclasta y refrescante con un barniz hedonista a propósito en la selección de las piezas. Resulta ser una catarsis visual, una torre de vigilancia del arte cubano, un asta desde donde ondea la bandera sígnica de nuestra identidad cultural. Atalaya viene a ser un faro a disposición del que quiera subirse a observar, una suerte de aureola gratuita para el espíritu sensible, con la voluntad de sacudir las miradas y los sentidos condicionados por el contexto y la tradición. ¡Eso es! Es el intersticio donde encontramos multiplicidad de poéticas y de sentimientos. En ella todo es en serio y todo es broma. La ambivalencia nos da margen para asumir nuestra postura. Atalaya nos ofrece eso. Que cada cual saque sus conclusiones y encuentre su camino. Ya eso es mucho por hacer en estos tiempos.
[1] Herrera Ysla, Nelson. Ni a favor ni en contra…Todo lo contrario. La Habana. Artecubano Ediciones, 2014, pp. 6-7.