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Una canción para Raúl Martínez

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Pintor, dibujante, cartelista, diseñador escenográfico, fotógrafo e ilustrador de libros y publicaciones seriadas. Aunque nació en Ciego de Ávila, siendo muy joven se trasladó a La Habana, donde desempeñó varios oficios. En 1946, matriculó en la Academia de San Alejandro, pero solo permaneció allí por dos años, pues no podía sustentar los estudios. Más tarde ingresó en el Instituto de Diseño de Chicago, Estados Unidos. Allí profundizó sus conocimientos en diseño básico, escultura, fotografía, grabado y tipografía.

A lo largo de su vida recibió varios reconocimientos, entre ellos la Medalla de Plata durante la Exposición de Pintura Cubana celebrada en Tampa, Estados Unidos, en 1951; la Medalla de Plata en la Exposición Internacional del Libro de Leipzig, República Democrática Alemana (RDA), en 1971; la Distinción por la Cultura Nacional, en 1981; la Medalla Alejo Carpentier, en 1983, y el Doctorado Honoris Causa del Instituto Superior de Arte (ISA) y el Premio Nacional de Artes Plásticas, ambos en 1994.

Su nombre: Raúl Martínez. Mil y una veces hemos escuchado su nombre; museos, artículos y manuales dan fe de su vastísima obra. Pocos artistas supieron reflejar con tanto acierto las profundas transformaciones sociales experimentadas tras el triunfo revolucionario. En sus lienzos y murales palpita el futuro ideal, el rutilante porvenir de concordia, paz y progreso soñado y defendido por intelectuales, obreros, hombres y mujeres de todas las edades.

La riqueza pictórica de Raúl Martínez trasciende páginas de libros y salas expositivas para catapultarse a la inasible esfera del mito. La exposición, Allegreto Cantabile, curada por Corina Matamoros, Gabriela Hernández y Rossana Bouza, y que por estos días acoge Centro de Arte Contemporáneo Wifredo Lam, constituye una oportunidad ideal para entrar en contacto con la polifascética obra de este imprescindible creador mediante pinturas, instantáneas analógicas, dibujos, foto-collages y carteles pertenecientes a las colecciones del Consejo Nacional de Bellas Artes (CNAP), del Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA), del Consejo de Estado y de la Familia Martínez-Estorino.

Al principio encontramos la abstracción, con óleos sobre tela y dibujos elaborados en tinta sobre papel; luego nos adentramos en esa particular conjunción de expresionismo abstracto y por art propia de Raúl. En este fructífero terreno, ideal para la espontaneidad y la experimentación, abundan las pinceladas gestuales, el discreto uso del color, la aplicación del collage sobre lienzo o masonite, el tratamiento de acontecimientos históricos y políticos de relevancia, el retrato colectivo y los reiterados acercamientos a la figura de nuestro Héroe Nacional. Aquí destacan las piezas Girón, El proceso, La sagrada familia y Martí y la estrella, ejecutadas entre 1964 y 1966.

Expresionismo y arte pop ceden paso a propuestas mucho más gráficas y retinianas, con carteles, lienzos, collages fotográficos y pinturas sobre cartón que se debaten entre la sencillez compositiva, llena de colores brillantes y superficies bien delimitadas, y una delicadeza pictórica y estructural (véanse, por ejemplo, los dípticos El mediodía del búho, de 1976, y La flor de la piña, de 1977). Como piedra de toque en este período encontramos el mural Te doy una canción (1984), monumental pieza que evidencia la destreza de Raúl para manejar los grandes formatos y obtener piezas coherentes y hermosas al manipular un amplio número de figuras, personajes, áreas y colores. Llaman la atención, además, el políptico Allegreto Cantabile (1986) que da título a la muestra, y un sencillo homenaje a la banda británica The Beatles (Ringo, John, Paul y George, 1970).

La muestra concluye con la abstracción Atardecer en la isla (1994), pues, cual si fuese un Uróboros pictórico cerrándose sobre sí mismo, el creador volvió al final de sus días al arte no figurativo. Además, fueron incluidos tres lienzos sin terminar, rescatados de su estudio por el dramaturgo Abelardo Estorino, y varias obras pertenecientes a ¿Foto-mentira! (1966), serie centrada en el retrato de objetos y en el paisaje citadino.

Resulta difícil delimitar el trabajo de Raúl Martínez en un estilo particular, pues él supo apropiarse de aquellas herramientas discursivas que cada tendencia le ofrecía y desarrolló un lenguaje propio, único, imperecedero. Esta es, en última instancia, la máxima verdad de Allegreto Cantabile: exposición útil y elocuente, cuidadosamente curada y museografiada, que nos devuelve a un artista pletórico de contrastes, inquieto e inquisitivo, cuyas incansables manos tributaron de manera directa a la construcción iconográfica de una realidad anhelada por millones de cubanos.


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