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Un libro para la memoria

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Una joven actriz travestida posa en el Estudio J.A. Suárez y Cía., en un escenario decorado con un bucólico paisaje pintado a mano, hacia el año 1890. Es esa la imagen que ilustra la portada de un valiosísimo e inusual libro publicado recientemente por Ediciones Boloña, el sello editorial de la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana. Se trata de Damas, esfinges y mambisas: mujeres en la fotografía cubana (1840-1902), primer acercamiento a la presencia femenina en la fotografía realizada en Cuba. Sin dudas, un volumen que se agradece sobremanera, pues devela zonas hasta ahora inéditas en la historiografía cubana, y lo hace con plausible agudeza investigativa, gracias a la labor de su autora, la curadora, investigadora, profesora y crítico de arte Grethel Morell.

Concebido como un álbum fotográfico, Damas… recoge más de cien imágenes de colecciones institucionales (Fototeca de Cuba, Biblioteca Nacional José Martí, Fototeca de la Oficina del Historiador de la Ciudad, Archivo Nacional y Fondo de Libros Raros de la Universidad de La Habana) y privadas, tanto de Cuba como de Estados Unidos. Precede el álbum un breve y riguroso ensayo que ofrece una mirada renovadora sobre la historia de la fotografía en Cuba, en este caso de aquella protagonizada por mujeres de las más diversas procedencias sociales y/o económicas.

Allí están las mujeres fotógrafas, hacedoras y practicantes ellas mismas de una manifestación realizada mayormente, en aquel entonces, por hombres. En este sentido, sobresalen los nombres de Encarnación Irástegui y Francisca Maderno, “primeras daguerrotipistas que desde los años 50 establecieron estudio y negocio”. Están, también, las damas de linaje, casi siempre en imágenes que resultan ser “copia de los retratos imperiales europeos a la moda y deudores de la legendaria pintura de cámara”, como asevera Morell. No faltan personalidades de la intelectualidad y de la cultura en general, como la poetisa, novelista y dramaturga Gertrudis Gómez de Avellaneda; actrices y cantantes de ópera; activistas políticas o luchadoras revolucionarias (Mariana Grajales, Ana Betancourt…); mambisas, abanderadas, enfermeras, cocineras, maestras, criadas o “domésticas”, tabaqueras y, en menor medida, las esclavas. Féminas sin distinción de raza, en retratos individuales o de grupo, posando en suntuosos estudios de la época o enfrascadas en sus labores cotidianas; burguesas o sumidas en la más agobiante y desesperanzadora pobreza.

(…) Las fotografías están organizadas en seis secciones, a partir de un orden cronológico que abarca los años transcurridos desde el advenimiento de la fotografía a Cuba (1840) hasta el fin de la primera intervención norteamericana y la subsiguiente fundación de la República (1902).“Primeras técnicas de impresión y retratos en estudio” es el apartado inicial, y se concentra fundamentalmente en daguerrotipos, ferrotipos, impresiones a la albúmina y las llamadas postalitas o carte de gavinet, estas últimas típicas de estudios norteamericanos y muy populares en Cuba. Siguen acápites como “Retratos en grupo e imagen para la prensa”, en el que la mayoría de las imágenes fotográficas tienen una función básicamente social y propagandística (en publicaciones como El Fígaro) o representan a integrantes de sociedades patrióticas y clubes revolucionarios; “La guerra. Mambisas en campaña y el exilio”, que expone un interesantísimo grupo de fotos de mujeres rebeldes, en la manigua junto a las tropas masculinas o abanderadas, uniformadas o en retratos individuales; “Mujeres subalternas. Esclavas, menesterosas, peregrinas, recogidas. La mujer rural” y “Mujeres en espacios urbanos”, agrupan imágenes que privilegian un enfoque más “costumbrista” de nuestra realidad de entonces y que fueron captadas en su mayoría por extranjeros o fotoperiodistas (José Gómez de la Carrera, Miles o la firma estadounidense Underwood & Underwood); y, por último, “Mujer-Bandera. La intervención”, que presenta retratos con alto vuelo propagandístico, donde las féminas exhiben atributos como la bandera o el gorro frigio, de evidente intención simbólica para apoyar la campaña nacionalista o para mostrar aquiescencia o docilidad. Todos estos acápites ofrecen una visión panorámica, pero no por ello apresurada, de la mujer (y de cómo esta se dejaba ver, en tanto género preterido, frente a un lente generalmente masculino) en distintas circunstancias de la sociedad del siglo xix cubano. (…)


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