Qué son las fronteras más que límites, más que barreras, más que restricciones. Líneas imaginarias o no, a veces muros; otras, accidentes geográficos, y muchas, no más que condiciones sociales, económicas y hasta culturales. Aun así, qué sería del mundo sin fronteras y qué de él sin aquellos que gustan de vulnerarlas, de quebrantarlas en todas sus dimensiones.
El arte se ha esgrimido en ocasiones cual poderoso instrumento resquebrajador y ha sido destinado muchas veces a poner en jaque cualquier barrera, a cuestionarla y reinterpretarla. En la muestra fotográfica Transgrediendo Fronteras de la artista cubano-americana Flor Mayoral, se asoma también este impulso desobediente, muy pocas veces obra de la casualidad e inherente a los procesos creativos de todos los tiempos.
Tras el lente que convierte en imagen perenne la mirada subjetiva de la creadora, dos construcciones magistrales, ambas de arquitectos cubanos, parecen dialogar entre sí. Mediante el Miami Marine Stadium, erigido en 1963 por Hilario Candela en Key Biscayne, Maimi y el Estadio Deportivo José Martí, proyectado en 1960 por Octavio Buigas, en la zona habanera del Vedado; Flor manifiesta intencionadamente su capacidad para licuar los límites, violarlos y conectarlos. Es cierto que ambas obras se encuentran separadas por más que millas de distancia, pero hermanadas por ese propósito progresista, por esa originalidad donde el movimiento de las formas convence a cualquier miramiento acusador y el rejuego entre luces y sombras se confabula con los elementos naturales circundantes, como si se mezclaran la austeridad del racionalismo más puro con elementos de aire barroquizante.
Resultan magistrales estas representaciones y curiosa la forma en que han sido logradas. La esencia de la fotografía también es transgredida en tanto las imágenes, si bien estáticas, simulan moverse y, como si tuvieran alma propia, exponen un grito de auxilio que no solo Mayoral logra sentir. La majestuosidad que emana de estos monumentos y el misterio que sus paredes casi en ruinas evocan, es también percibida por graffiteros que, tanto en La Habana como en Miami, han intervenido sus muros. Es un claro llamado a conciencia, no desde lo cutre y roto, sino desde la magia y hermosura de las edificaciones. Pareciera que cada una de ellas, tras la cámara incansable de la fotógrafa, tuvieran alma propia; entonces nos miran (Vigilia, 2014), encantan el espacio (Estadio y Nube, 2015; Frente al Malecón, 2015), se besan (El Beso, 2015).
Desde el 18 de septiembre hasta el 19 de octubre de este año, la Fototeca de Cuba deviene espacio conyugal donde los límenes se transparentan, se funden, donde las fronteras desaparecen. La idea del aquí y allá, del antes y ahora, se quiebra con marcada seguridad y la artista nos invita a sentirlo de la manera más extraordinaria, como solo el arte de la fotografía puede lograr.