«Nuestra Tierra no está sola en el universo», tal sería la sentencia del eminente padre de la astronomía moderna Galileo Galilei, al dirigir su telescopio al cielo nocturno en la ciudad de Padua en mayo de 1609. Poco después, ya no pudo dejar de observar el espacio sideral, para seguir con sus importantes descubrimientos.
Planetas, estrellas, galaxias, materias y fenómenos fueron bautizados y estudiados por otros científicos con el paso de los siglos hasta que el hombre pudo conquistar al fin el sistema estelar en una insistente carrera de fondo con la humanidad.
Salvando las distancias (años luz) y los campos científico-creativos que el raciocinio suele acumular, el arte también nos brinda un conjunto de experiencias donde el protagonista (muchas veces autor de la obra) involucra directamente al público en la recepción de la misma, como parte indisoluble para su concreción. Algo así me sucede con la más reciente muestra de Raúl Castro Camacho (Memo). Cosmos,[1] como su nombre lo indica, nos advierte que estaremos en presencia de un universo astronómico producido desde la capacidad imaginativa de este artista. La galería Collage Habana funciona entonces como una nave interestelar cuyas ventanas ovales, –dadas por las estructuras de las piezas–, descubren curiosas constelaciones que mediante el chorreado de puntos, único elemento distinguible, conforman figuraciones reconocidas, muchas en el orden mundial. Un recurso destacado en su trabajo anterior, con énfasis en dos series donde la silueta emergía a través del negro sobre negro o del blanco sobre blanco en un regodeo irónico de cada representación[2].
En Cosmos se produce algo similar, los símbolos provocan una preparación del público para entender sus posibles significados y correspondencias. La vasta cultura juega un papel necesario, aunque la inyección publicitaria de los grandes emporios tampoco se queda detrás. Hollywood se vislumbra otra vez como el mecanismo ideal para catapultar a todo el star system de la cinematografía norteamericana. Mientras, las torres gemelas rememoran su existencia, quizás no tan difundida antes de que millones de personas en el mundo vieran en tiempo real cómo caían rotundamente desatando una ola guerrerista y xenofóbica. Imágenes que aún hoy invaden nuestras pantallas, como para no olvidar.
La iconografía de un cosmonauta justo al lado de una bandera de Los EE.UU. remite a la anécdota del primer descenso tripulado a la luna por el Programa de la NASA Apolo, suceso desacreditado en la actualidad por varios medios masivos. Un águila imperial que amenaza con posar sus garras sobre el Monumento al Maine, desde donde un día fue arrojada.
Todo conduce a posibles interpretaciones que nos brindan los símbolos, incluso en su relación. Tres piezas dialogan entre sí. A ambos extremos dos contextos político-geográficos antagónicos en su historia común. Cuba se yergue desafiante, indoblegable ante el gigante del norte –tal alusión martiana entre David y Goliat–, a su vez el Cristo de Corcovado con sus brazos extendidos los invita a la unidad. Interesante la decisión de Memo de colocar en este sentido a la imagen de la Liberty Enlightening the World (la Estatua de la Libertad newyorkina) en perspectiva invertida. La luz queda extinta por el pleno apogeo de la inmensa oscuridad cósmica.
[1] Cosmos quedó inaugurada en el mes de diciembre de 2017 en la Galería Collage Habana del Fondo Cubano de Bienes Culturales (FCBC). Por motivos ajenos al artista no culminó su ciclo de exhibición por tanto se reinauguró en el mismo espacio el 23 de febrero de 2018.
[2] Hago referencia aquí a las pinturas que integraron dos de sus muestras, La Cosa está Negra (2011), expuesta en la Galería 23 y 12 y Espejismos (2015), en Galería Galiano.