“Cuando este ángel surca el cielo,
no hay nada que se le asemeje.
El fin de su apurado vuelo
es la sentencia de un hereje.
No se distraiga ni demore,
todo es ahora inoportuno.
Va rumbo al campo de las flores
donde la hoguera espera a Bruno”.
Silvio Rodríguez
El arte joven presenta el ímpetu y el deseo con que los nóveles artistas asumen el proceso creativo. De alguna manera exhibe el sentir de una generación que necesita vencer los obstáculos que trituran el ser y el pensar. En ese afán de liberar de toda atadura al pensamiento crítico se inserta la muestra Amanuense de Andy López Montoya.
De forma irónica el creador transcribe parte de la realidad, como el pintor que reproduce obras de los grandes maestros de la pintura, solo que esta vez la realidad trasciende las apariencias. A la apacible experiencia de lo puramente visual, Montoya contrapone el placer ideo-estético. El terreno escogido es la política del arte. Por ello no es gratuito que los puntos de partida de las obras presentadas sean hechos trascendentales como el robo de las obras pictóricas del Museo Nacional de Bellas Artes y la discusión del 11no Campeonato Mundial de ajedrez de 1921 entre el retador José Raúl Capablanca de Cuba, y el campeón defensor Emanuel Lasker del Imperio alemán, así como otras piezas que refieren una falsa entrevista a Jorge Fernández, actual director del mencionado museo o fotografías de los denominados “Kilómetro 0” del mundo.
Recurrir a una voz autorizada dentro del circuito artístico habanero al igual que a hechos históricos relevantes, realza el rol que le ha tocado jugar a la política como epicentro de cualquier fenómeno social, ya sea artístico o no. El artista toma el poder y deja que fluya a través de él la información. El procedimiento es simple: lo mismo inserta comentarios en una partida de ajedrez, que presenta un ritual, o bien se las ingenia para elaborar el sitial de honor con los títulos de las obras desaparecidas en Bellas Artes. ¿Acaso en estos procederes no se manifiesta la estética de la política del arte, esa que legitima y “autoriza” un discurso? El creador entiende que debe utilizar las mismas herramientas y por ello define lo que puede decir.
Como parte de la riqueza semántica de Amanuense debemos añadir que no es solo una exposición más, amén de que ironice en serlo. El carácter anodino de las obras -el título no importa-, el aparente luto por lo que ha dejado de existir es solo la vitrina desde donde se posiciona la percepción. Para el artista es importante que el público participe de la experiencia que propone. Que sea capaz de discernir y cuestionar su propia percepción de “lo real”. Ahí radica uno de los mayores logros de la muestra. Igualmente, significativa resulta la coherencia de las obras y cómo llegan a cumplimentar entre sí el discurso artístico.
Es la voluntad del artista que participemos de su herejía. El atrevimiento se agradece. Ya la experiencia se encargará de atenuar su apurado vuelo.