(…) No es hasta la segunda década del siglo xxi que Jorge Rodríguez Diez (conocido como R10), desde su labor como diseñador, comienza a explorar las relaciones entre el universo de la gráfica, el dibujo y la pintura con el fin de dinamizar esa relación extraviada quizás, activarla en múltiples sentidos, y, de forma sutil, sagaz, asumir la vitalidad de universos culturales correspondientes a décadas pasadas (algo que hoy cobra inaudita actualidad con los cambios que vienen operándose en la sociedad cubana y, de manera especial, con la reactivación de las relaciones con los Estados Unidos desde finales del año 2014).
Asombro me ha causado su más reciente exhibición realizada en La Habana luego de otras anteriores que actuaron como indagaciones en temas y preocupaciones similares. Las obras, en un mismo formato, como verdaderos carteles de cualquier época, irradian los presupuestos y los códigos de una cultura visual que dominó durante más de treinta años el espacio gráfico y simbólico de la cultura cubana (aunque su lejano origen se remonta a las décadas de 1910 y 1920), y que fue olvidada o, en el mejor de los casos, neutralizada por la portentosa avalancha contracultural de los años sesenta y las veleidades postmodernas de los años ochenta que perduran hasta nuestros días (conceptualismo y minimalismo por medio, con todas sus variantes locales y regionales).
(…) R10 aplica el color de manera plana, sin transparencias o matices tonales (de manera sospechosamente cercana a la serigrafía): ocupan el espacio exacto escogido por él sin detrimento del dibujo o la ilustración que “narra” o describe una actitud o una acción en correspondencia con el texto que remata y culmina el discurso total de la obra. No hay cabos sueltos, no hay nada abandonado al azar en esas obras que sería difícil clasificar como dibujos, carteles, pinturas. Resultan todo eso a la vez, lo que las hace únicas en el panorama del arte contemporáneo cubano.
(…) Sus obras inducen, afortunadamente, a una cierta reflexión sobre nuestra realidad cambiante sin ser etiquetadas de arte político, social. Su intrínseca naturaleza apunta hacia otras direcciones, en apariencia, pero trascienden la misma al sugerir lecturas infinitas. Sin querer asumirlas como arte político, lo son en el fondo de cualquier discusión, aun si ello implica asustar a cualquier analista ortodoxo y escolástico de la historia y la crítica de arte.
Es la manera que él ha encontrado de participar en el debate actual sobre nuestro presente y futuro desde el arte, desde el pasado y su inobjetable presencia (…) Y lo ha hecho de manera elegante, delicada, enviando guiños y citas culturales al por mayor, sobre todo para aquellos informados, provistos de conocimientos acerca de Cuba y de otras culturas. No realiza un arte para complacer modas ni tendencias al uso, sino para establecer conexiones profundas con el legado y el patrimonio de un país (…).
El público no avisado, mayoritariamente joven, tal vez desconoce el alcance de estas obras y su plural significación cultural y política. R10 trabaja, pues, contra viento y marea, consciente de que no siempre sus ideas llegarán a donde él quiere. De ahí que sea, con toda probabilidad, un ente solitario, un creador distante de grupos y tendencias. Tampoco será considerado miembro de las “generaciones del milenio”, interesadas en asuntos bien distantes a los suyos. ¿En qué lugar se encuentra este artista? ¿En cuál grupo incluirlo? ¿Qué crítico o curador lo invitará a formar parte de sus proyectos? ¿Cuál feria o bienal se interesará por sus obras?
Sospecho que experimentará la soledad de Rafael Blanco, Valls, García Cabrera, cuyas obra solo muchos años después encontraron resonancias vivificantes en la cultura de su país debido a esa especial visión del mundo y del arte. Suficiente tiempo tiene, creo, para esperar… aunque eso parece no preocuparle.