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El legado de Mr. Heidegger

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En sus cuadernos de apuntes, Martin, tras las resaltadas palabras La plástica (Die Plastik) que iniciaban la oración, cifraba dos puntos y luego la frase “la corporeización de la verdad del ser en la obra que instaura lugares”. Sus reflexiones partían de Goethe cuando concluía que no siempre es necesario que lo verdadero tome cuerpo, sino que es suficiente con que se expanda espiritualmente y provoque armonía. Por eso, Martin se había convencido de que la verdad, asumida como desocultamiento no está obligada a tomar forma corpórea. Tan enfocado como estaba en demostrar que el problema de la filosofía no era la verdad sino el lenguaje, este resultado se hacía esperar.

En las elucubraciones de Mr. Heidegger la cuestión en torno a qué sería del vacío del espacio se volvía fundamental. Al cifrar en su cuaderno “la obra que instaura lugares” se permitía destacar que el carácter del lugar está comprensiblemente hermanado con el vacío, de manera que el vacío no es una falta como con frecuencia se le reconoce sino más bien es un producir. “En la corporeización plástica el vacío juega a la manera de un instituir que busca y proyecta lugares”- reescribía Martin.

Y es que Martin Heidegger entendía el espacio como un elemento constitutivo del mundo, con lo cual más que una categoría física, este se develaba como un asunto existencial, vinculado a la cotidianidad del ser. Lo interesante es la conexión que se establece entre este nihilismo europeo y la fenomenología particular de Heidegger enfocada a la experiencia ontológica (Dasein), con la filosofía oriental, en especial con el budismo Zen y sus conceptos esenciales del vacío y la nada.

En deuda con estas corrientes de pensamiento, el artista Yornel Martínez ha concebido Ibídem, exposición que acoge la Galería Servando hasta fines de este verano. “Me interesa trabajar simbólicamente con la necesidad de decodificar el mensaje que emite el arte y ahondar en esas zonas de vacío que tanto estimulan al conocimiento”[1], expresó Yornel en una ocasión. De ahí, venía la idea de disponer en el centro del espacio galerístico una reproducción tridimensional del mismo (a escala), donde solo se visualizaban los pies de obras de piezas suyas preexistentes. Por tanto, el lenguaje del espacio blanco, del (semi)vacío como meta-representación se imponía e Ibídem se articulaba como la posibilidad del nexo de lo tangible con lo intangible.

No cabe dudas que Yornel pretende con Ibídem hacer ver el arte de una manera más profunda, enfrentando al espectador con el silencio, con el recuerdo de su conciencia, obligándolo a sentir y a pensar más que a observar simplemente. Si, como plantea el budismo, el yo es una ilusión y los actos que realiza son una ilusión dentro de otra ilusión, entonces no habría necesidad de insistir en la autoría, ni en la materialidad: el arte es un ejercicio de pensamiento, un estado supremo del espíritu.

Pero, el esfuerzo filosófico, conceptual de esta maniobra a la vez se encauzaba hacia un discurso que atendía a la espacialidad desde la cual se pronunciaba. Es decir, el hecho de (semi) vaciar la galería remitía a significados “terrenales”. Las nociones de poder, la manipulación, las estratagemas de negociación generadas por el ritual exhibitivo tradicional (sobre todo en una galería con declarados fines comerciales como la Servando) quedaban abordadas desde la simulación, en consonancia con el carácter también simulatorio y de artificio típico de estos procesos ajenos a la esencia del arte. E Ibídem, como la obra instauradora de lugares, se ocupaba precisamente de esta esencia, buscándola en ese vacío, que, según Mr. Heidegger, no es más que un continuo producir.

[1] Loliett Marrero Delachaux. Yornel Martínez en la Bienal. En: http://artoncuba.com/blog-es/yornel-martinez-en-la-bienal/


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