Algo hay en las esculturas de Yunior Acosta que remite a la obra de Rodin. La indagación en torno al origen, a la creación, pero, más que nada, a lo humano es primordial en el discurso de ambos artistas. Y por supuesto, también, les es común la creencia en el Arte como el medio para develar y meditar sobre estos temas, sobre lo verdadero. Rodin diría: “El arte (..) es el placer del espíritu que penetra la naturaleza y adivina el soplo de que ella misma está animada. Es el goce de la inteligencia que ve claro en el universo y que lo recrea al proyectar sobre él la luz de la conciencia. El arte es la más sublime misión del hombre, puesto que es el ejercicio del pensamiento que busca comprender el mundo y hacerlo comprender”. Y esta convicción, aparentemente intrascendente, la hace suya Yunior Acosta cuando decide penetrar en la naturaleza del ser con sus esculturas “agrestes”.
Graduado de la Academia de Arte de la ciudad de Santa Clara (antes de ingresar al ISA), Yimmy, como también se le conoce a este joven artista, ha insistido en hacer un tipo de obra que rehúye de la “practicidad” del arte contemporáneo determinada, en gran medida, por las lógicas del mercado, una producción que se presenta plena de apropiacionismos vacuos, de conceptos superpuestos, de decoración añadida. Yimmy, por el contrario, prefiere la seriedad que da el buen oficio (hecho que ha propiciado que en varias ocasiones tilden su propuesta de tradicional), conjugada con la destreza para discursar en torno a inquietudes universales. Por eso, la filiación de su proceder con Rodin, porque en contextos de superficialidad y de falsedades, las esculturas de ambos se instauran como ejemplo de pureza material y espiritual, de ilimitada humanidad.
Pero el quehacer de Yimmy no se centra solamente en estos modelados escultóricos que, a decir verdad, tanto lo caracterizan. Este creador ha sabido combinar, sabiamente, en el espacio expositivo de la Galería La Acacia sus personajes tridimensionales con xilografías coloreadas que viene desarrollando desde el año 2015. La muestra Personaje legendario, abierta hasta el 30 de agosto, si bien pequeña es contenedora de una fuerza inusual. Quizás, esta fortaleza obedezca a la ambigüedad que frente a las obras se respira, a fin de cuentas, siempre se ha dicho que el buen arte es aquel que destaca por su capacidad polisémica.
“Dos viejos amigos se encuentran luego de un tiempo sin verse, tienen mucho que contar, pero ambas partes temen ya no ser los mismos y comienzan el diálogo con cierto tacto…” Son estas las únicas líneas que encausan la recepción. Sin embargo, ¿quiénes son estos amigos? ¿A qué tipo de diálogo se hace referencia? ¿Yimmy está, acaso, inmiscuyéndose en la historia nacional? Mucho se parece a Martí uno de los personajes de La mejor pieza del año. Y ese énfasis en el caballo (The horse), engrandecido, herido, no es casual, al menos no si del discurso de un artista de la talla de Yimmy se trata.
Lo cierto es que, la intemporalidad ha sido una constante en la obra de este joven creador y realmente los escenarios que ha elegido para su representación, al igual que sus personajes esculpidos, son difíciles de ajustar epocalmente. De legendario califica a ese personaje, en torno al cual gira la clave del misterio, y lo convierte así en un fantasma, como fantasmas son todos sus personajes, fantasmas que atiborran al espectador de interrogantes que solo el arte genera en tanto ejercicio para comprender el mundo, como afirmaría Auguste Rodin.