“Se ha dicho repetidamente que Cuba es un crisol de elementos humanos (…)
Hagamos mejor un símil cubano, un cubanismo metafórico,
y nos entenderemos mejor, más pronto y con más detalles.
Cuba es un ajiaco”.
Fernando Ortiz
Lanzarse al ruedo con la pretensión de realizar un proyecto investigativo, expositivo o de colección, y a su vez integrar estos tres campos de desarrollo en un todo coherente, siempre implicará una aventura riesgosa a la vez que interesante y motivadora. Así me atrevo a clasificar la ardua tarea que desde hace algunos años ya vienen desarrollando Chris von Christierson y su familia, de conjunto con el crítico y curador cubano Orlando Hernández y su esposa Lucha María Pérez, cuando pensaron, conceptualizaron y aun hoy continúan materializando una colección de arte afrocubano, todavía en proceso de crecimiento creativo y expositivo, pero de las más completas que existen.
Llega a nosotros –y por nosotros me refiero a Cuba, al Museo Nacional de Bellas Artes, a los interesados en el universo artístico, pero también a todos los públicos diversos y exigentes– por medio de la exposición Sin máscaras. Arte afrocubano contemporáneo con obras de la colección von Christierson. Iniciada en noviembre de 2007, la misma cuenta actualmente con más de 450 obras de artistas cubanos. Ello es muestra de una labor a conciencia llevada a cabo para agrupar y condensar el trabajo de artistas que han abordado desde diferentes perspectivas, ángulos, formatos y manifestaciones, un tema sensible y fuertemente identitario como el afrocubano, con el objetivo de reflejar en su conjunto las múltiples huellas e influencias del África subsahariana en la cultura artística cubana. Pero la pretensión nunca fue en un solo sentido, también era punto neurálgico tener en cuenta la presencia de Cuba en el desarrollo artístico cultural de África, pretensiones que no han cesado, sino que crecen cada día no solo con la incorporación de piezas a la colección, sino con los acercamientos teóricos y los estudios de investigadores afiliados al tema.
En ese sentido, las palabras ofrecidas por el curador de la muestra, Orlando Hernández, explicitan con mayor excelencia la riqueza e importancia de una colección como esta:
“Para estructurar la colección von Christierson hemos seguido un criterio riguroso en la selección de los artistas –la mayoría de ellos con amplio reconocimiento nacional e internacional– así como en la calidad estético-formal de las obras escogidas, pero debemos confesar que nuestro interés también ha estado dirigido, por así decirlo, más allá de lo estético, colocando en una posición de privilegio la originalidad y la profundidad de los discursos de orden histórico, antropológico, religioso, ético o político que se hallaban implícitos en las obras….Dicho de otro modo, nos hemos inclinado más hacia el qué que hacia el cómo, o en lo que dicen los artistas más que en cómo lo dicen, pero hemos tenido buen cuidado en hacer coincidir ambos requerimientos”[1].
Sin máscaras…no expone en sí todas las obras que conforman la colección, pero las que han corporeizado esta muestra sí recorren todos los períodos (aproximadamente 56 años, desde 1961 hasta el 2017), artistas, manifestaciones y formatos de la misma. No obstante, lo que hace que esta muestra y la colección sean relevantes y unas de las mejores en los últimos tiempos es el carácter crítico con que ha sido concebida y presentada, hablando también en términos curatoriales. Es la primera vez en el país que se muestran reunidos “un grupo tan numeroso y variado de artistas cubanos y de obras dedicadas a explicar con profundidad y originalidad al menos dos grandes líneas temáticas que habitualmente han sido consideradas de manera aislada o independiente: el de las tradiciones culturales y religiosas de origen africano en Cuba y el de los múltiples problemas y conflictos relacionados con la llamada “cuestión racial”[2].
El despliegue de diversas manifestaciones[3] recogidas en la exposición dan fe de una destreza profesional, analizada con ojo crítico para su disposición museográfica que, a la vez, resulta atractiva y coherente en su discurso, sin romper con el criterio curatorial tenido en cuenta para presentar artistas y obras no de manera arbitraria sino generacional y horizontal. Conjugar todo ello en un mismo trabajo, con un mismo proyecto y con la prerrogativa de dos espacios diferentes y distantes (una de las salas está en el cuarto piso del museo y la otra en el tercero) implica cierta dosis de originalidad, de perspicacia y de “horas nalgas” en función del éxito curatorial, discursivo y museográfico. Sin recurrir a mayores palabras, todo está excelentemente construido a conciencia en esta muestra.
El abordaje artístico del tema afrocubano consta de una larga nómina de importantes creadores cubanos reconocidos internacionalmente, y también de artistas más jóvenes que han transitado de manera constante o de un modo puntual por tales asuntos. El discurso, siempre crítico, varía a lo largo del recorrido expositivo. Abren la muestra las excepcionales obras de Wifredo Lam como puntas de lanzas para entablar el diálogo con ese universo del arte popular, de experiencia personal y sentido de pertenencia; pero también está la presencia de Belkis Ayón con sus grabados (Nlloro, 1991; Perfidia, 1998) en los que hay recogidos iconografías de la cultura afrocubana, posturas, objetos y animales; la representación desde un ángulo más picante en lo referente a las ofensivas africanas con la instalación Abre nkuto, muchacho nuevo (1989-2017) de José Bedia, o el original tablero de ajedrez (2013-2016) de Lázaro Saavedra; además se advierten referencias a lo afro en el imaginario cultural del cubano y su interinfluencia en el devenir social en los ensayos fotográficos de René Peña (S/T de la serie Man Made Materials, 1998; White Pillow, 2007), Marta María Pérez (Protección, 1990; Firmeza, 1991; Jura, 1999) y Juan Carlos Alom (Sin palabras, 1996; Tata Güines, 1997; Tarjetas postales, 1994); sin dejar de mencionar los nueve polaroids de María Magdalena Campos-Pons titulados Sueño de una isla (2007) con un tratamiento exquisito de la mujer negra en sus obras; pero también se hace necesario mencionar los acercamientos al tema racial y los conflictos aun hoy no resueltos en trabajos desde una perspectiva satírica, humorística y a la vez insolente de artistas como Yoan Capote con El beso, instalación compuesta de siete narices distintas; así como también los acrílicos de Reynerio Tamayo titulados simpáticamente Negro sobre negro. Malevich in memoriam (2011) y Negro sobre blanco. Malevich in memoriam (2011). Todas ellas resultan obras de un manifiesto contenido social y crítico.
La muestra en sí es completa, amplia y reflexiva. No ha sido pensada meramente para visibilizar la colección von Christierson, ni para el simple disfrute retiniano inherente en la mayoría de las muestras; sino para poner en valor, al alcance del espectador, contenidos verídicos de la sociedad cubana y africana, sus interrelaciones, sus pasados y presentes y los resultantes culturales que han devenido de tales intercambios, desconocidos en su mayoría en otras latitudes. Es por ello que esta exposición es itinerante, y ha recorrido, contando a La Habana, tres regiones geográficas, continuando su tránsito hacia otros lugares.
Tómese Sin máscaras…. como espejo para futuros y venideros proyectos expositivos por su rigor investigativo y curatorial, por la amplitud discursiva que trabaja, por la diversidad de nombres, piezas y formatos, por la relevancia de un tema que nos toca desde bien profundo, desde el ayer y el hoy, por incitar a la creación y la investigación de lo afrocubano, por presentar “sin máscaras” cómo nos fuimos formando culturalmente a partir de ese entramado de relaciones culturales diversas que sabiamente nuestro antropólogo mayor Fernando Ortiz denominó como el ajiaco cultural que somos.
[1] Hernández, Orlando. Sin máscaras en La Habana. Palabras al catálogo de la exposición Sin máscaras. Arte afrocubano contemporáneo. Museo Nacional de Bellas Artes, p. 10.
[2] Hernández, Orlando. Op. Cit, p. 9.
[3] Variadas son las manifestaciones que forman parte de la colección en su conjunto. Entre ellas están la pintura sobre lienzo y sobre madera, el dibujo a tinta, el grabado, el collage, la instalación, la escultura, la talla en madera, la escultura blanda, el video arte, la video instalación, la fotografía, entre otras.