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¿Cómo retirar el maquillaje después de una larga noche?

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Cinco años se cuentan desde que Nelson Herrera Ysla curara, en las salas del Centro de Desarrollo de las Artes Visuales, la exposición La caza del éxito. Con esta muestra, inscrita en el marco de la oncena edición de la Bienal de La Habana, el especialista enfocaba oportunamente uno de las problemáticas más acuciantes en la Cuba contemporánea: la transformación del entorno urbano que, violentando la imagen tradicional del mismo, se proyecta in crescendo.

Nuestra ciudad se atiborra de elementos del kitsch que “trascienden” asociados a la cultura vernácula. El cuestionamiento se impone. La negación yace en el hecho de que la arquitectura popular anticipa el carácter funcional, la economía de medios, la sencillez técnica-estructural y una imagen en vínculo estrecho y real con la tradición.

El abaratamiento, la discreción parecen, sin embargo, no afectar las nuevas edificaciones en Cuba. El “príncipe” o el nuevo rico se esmera en vociferar, resaltar una supremacía económica que halla su génesis en las remesas familiares o en el éxito de un negocio por cuenta propia. Este nuevo usuario desea desprenderse así, de un lastre, de su pertenencia al demo, recluyéndose tras enrevesadas rejas y altos muros con balaustres o proyectándose a través del enchapado –losas, lajas- de fachadas principales y de la sustitución de la carpintería de puertas y ventanas por el gris, frío y tan últimamente socorrido aluminio.

Es indiscutible el valor de la fachada dentro de la edificación, en tanto garantiza la visualidad e inserción de esta en la estructura urbana y por ende de su dueño, a la vez que marca un límite; la fachada funciona como elemento de apertura-cierre, de propiedad común-propiedad privada. Por ello, implica un equilibrio entre la conciencia y compromiso del individuo como sujeto social y la libertad de este como ente propietario. Resulta doloroso comprobar como la balanza va hacia un lado: la esfera pública, el lugar común es agredido constantemente por ciudadanos que, muchas veces actúan desde la inconsciencia.

El pronunciamiento  pretencioso –y no por ello perjudicial para la imagen de la ciudad, sino todo lo contrario- de: “antes que las necesidades personales están las necesidades colectivas”[1] se pierde en la memoria de las lejanas décadas del sesenta y del setenta. La solución no se halla, no obstante, en el desarrollo de una empresa urbana homogeneizadora que esté en consonancia con la situación socioeconómica y que responda a los patrones y principios de la Revolución, tal como se intentó con el prefabricado en los mencionados decenios. La configuración visual de la ciudad se enriquece a partir de los diversos repertorios y estilos arquitectónicos, ya sea en términos decorativos o constructivos. Mas el desafío radica en lograr la aceptación de valores estéticos por la colectividad, que partan de un criterio justo y sano, si se piensa sobre todo que nuestra sociedad, construida desde los preceptos del socialismo, comporta, en cierto sentido, una masificación de ambientes, espacios, edificaciones y objetos.

La serialización se proclama, ciertamente, como una arista problémica del fenómeno siempre que no esté adecuadamente regulada y controlada. Pues no hay que olvidar que la tan proferida arquitectura cubana de principios del siglo pasado -art-nouveau, art decó, ecléctica- y de la cual tanto nos enorgullecemos, está signada por la utilización de moldes constructivos. La actual proliferación de columnas, balaustres, cariátides, etc. es preocupante fundamentalmente por su pésima factura y su inclusión en la estética kitsch, entonces, es que devienen amenaza por sus niveles de circulación y aceptación en la población cubana. Es pertinente rebelarse “(…) contra la estereotipación, la indigencia del repertorio, la superposición de elementos incompatibles, los extravíos antifuncionales, los esperpentos sintácticos, en fin, contra el analfabetismo arquitectónico”.[2]

Y deviene más riesgoso cuando se trata de alteraciones de este orden en entornos o espacios comprometidos. La inserción de inmuebles, la modificación de los mismos debe, inviolablemente, estar respaldada por una aprobación o aval de un profesional en el tema. Por supuesto, ello no supone eximir a arquitectos, urbanistas u otros del asesoramiento a zonas de cierto modo periféricas, que no posean un valor patrimonial, pues también estas son espacio de confluencia, de diálogos culturales, de tradiciones.

En este sentido, en nuestro país han sido creadas las denominadas oficinas del arquitecto de la comunidad, pero la incorrecta validación de estas en la praxis deja un amargo sabor a aquellos que realmente le preocupa el avance desmedido, prácticamente incontrolable de la arquitectura del kitsch. Asimismo, las reglamentaciones de construcción y las normativas urbanísticas son de absoluto desconocimiento, encontrándose por demás, totalmente desactualizadas.

Obviamente, la participación del Estado es decisiva, definitoria en el control del fenómeno. Más allá de las limitantes económicas que sufre el país, puede ser viable la oferta de propuestas alternativas que supongan una competencia a los talleres particulares. El gobierno, puede de este modo, emplear profesionales verdaderamente capacitados en la conformación de elementos arquitectónicos que además de decorativos poseen un carácter funcional, como pueden ser las rejas o las balaustradas. De esta forma, el nivel de acabado, de factura y hasta de ingeniosidad se elevaría considerablemente, lastimándose en menor medida la visualidad urbana.

Pero, la labor no solo atañe al gobierno y a los profesionales o especialistas de la construcción; más allá de urbanistas, diseñadores y arquitectos, los críticos e historiadores del arte, periodistas, sociólogos deben insistir y contribuir en el empeño. La utilización de los medios de difusión masiva, dígase prensa plana, radio y televisión (es necesario salirse de los límites de las revistas especializadas solamente consumidas por un pequeño público, generalmente culto) juega un papel trascendental en la formación de valores, en la orientación del pueblo desde el conocimiento y respeto a la tradición arquitectónica local. Fomentar la identificación del individuo con su entorno supone un paso de avance, un logro en la conservación de la arquitectura y, por ende, del espacio público.

En consecuencia, La casa del éxito fue altamente provechosa si se piensa sobre todo en la movilización del público amplio y heterogéneo que propicia la Bienal de La Habana. Pero iniciativas de este corte deben florecer continuamente, no hay que esperar la celebración de un evento de gran envergadura para abordar el asunto. Mucho queda por hacer y mucho se puede lograr, al menos, si del nuevo rico se trata, en tanto las necesidades de orden material para él están resueltas. Solo se requiere garantizar “(…) un respaldo cultural apropiado en términos de diseño arquitectónico y ambiental, de asesoría profesional para encauzarlos del mejor modo posible dentro del tejido urbano o rural”[3].

[1] Roberto Segre. Arquitectura y urbanismo de la Revolución cubana. La Habana, Editorial Pueblo y Educación, 1989, p37.

[2]Gerbin Ley Gálvez. “Capitel” en voz del pueblo; ¿dónde está la voz de Dios? Revista Signos, Santa Clara, enero-junio,2010, p 54

[3] Nelson Herrera Ysla. Palabras para la exposición La caza del éxito. La Habana, Centro de Desarrollo de las Artes Visuales, mayo-junio, 2012.


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